понедельник, 7 апреля 2008 г.

Historia de vecinos. (busca la palabra)

Llevaba veinte días de espera. No el mes y medio que le avisaron que, a lo sumo, tardarían a más tardar, si no veinte días más por añadidura a estos.
La mierda le comía hasta las rodillas, era insoportable pasar esos días al lado de su casa. Nadie lo podía hacer sin llevarse los dedos a la nariz y exclamar algo negativo en contra de la casa o del dueño o del vecindario que, los vecinos, cariñosa, cínicamente y con bastante justicia, empezaban a llamarlo el Porcindario.

Había manchas en las paredes, libros y fundas de película en el suelo y el cadaver de varios bolígrafos de varios colores. Heces de perro, de gato y, desde hace quince días, un hamster muerto en su jaula, que más tarde se supo murió por algo relacionado con la higiene del lugar o la escasez de esta. La basura: restos de enlatados, todo tipo de papeles de pastelerías, de juicios o dinero reclamados, mucha caja vacía de diferentes tipos de precocinados; todo se acumulaba en las esquinas a modo de vertedero. No había gaviotas porque el mar estaba lejos...
Y aunque en el barrio le tenían cariño a este vecino empezaba a ser un problema que la empresa Cleantech&Powers no mandara ya el dichoso paquete.

Algún vecino empezó a llamar a los entes competentes entre apenado y asqueado, pero le decían que esperase, que seguramente vendría en camino, que brazos cruzados. Una semana después a la hora de las tostadas de queso blando o manteca una camioneta atravesó, protegida por las miradas de los vecinos, casi miradas de paz, la calle en dirección a casa de nuestro hombre. Paró allí. El perro ladraba de dentro a fuera. Sólo eso y el motor de la camioneta se oía. Se bajó el conductor, dejó un gran paquete en la puerta. Tocó al timbre. El perro ladró aun más fuerte.

El repartidor se fue de allí dejando el paquete en la puerta. Los vecinos se agruparon emocionados alrededor, tocando el timbre de la casa. Nadie abría.
Al fin llegó la policia avisada por alguien. Tiraron la puerta sin cariño abajo.
Dentro habían un hombre y un hamster muertos, el perro movía la cola desmesuradamente feliz y el gato en una esquina, simplemente, desconfiaba. En la puerta el robot limpiador que había que devolver por defunción del peticionario decía algo sin parar porque algún vecino gracioso lo encendió. Hasta que otro, un chico de catorce años, no usó la cordura para apagarlo, nadie se fué a casa, ni la policía llamó al forense para que confirmara la infección, ni el sol se iba, ni dejaba de oirse:
Buenos días. Soy larry, tu robot de limpieza personal.

Sin saber, la pobre máquina, que en breve entraría la noche, sin saber lo inútil que era y lo sola que estaba.

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